En su libro “El triunfo de las ciudades”, Edward Glaeser, experto en economía urbana de la Universidad de Harvard, afirmaba que “es más probable que la solución de los problemas urbanos proceda de la iniciativa local que de la política federal” (2011: 127). Sin embargo, llama la atención que en los últimos años estemos asistiendo a una proliferación de marcos de política para la solución de problemas urbanos promovidos, precisamente, por entes supralocales. En concreto, nos referimos a los procesos de “agenda urbana”.
Y es que este término, frecuentemente empleado como sinónimo de “política urbana”, se ha ido extendiendo. En 2016, Naciones Unidas elaboró la Nueva Agenda Urbana, solo unos meses después del lanzamiento de la Agenda urbana para la UE.En la misma línea, países de todo el mundo han puesto en marcha sus propias agendas, que se presentan como una nueva generación de políticas urbanas que adoptan la forma de marcos estratégicos y se basan en el empleo de instrumentos propios de lo que se conoce como “Nueva Gestión Pública”. Además, el despliegue de estas agendas urbanas, dado que no se formulan en clave normativa, exige un fuerte compromiso por parte de los actores concernidos. Los mecanismos que generan esa voluntad de adhesión son muy variados como, por ejemplo, la mera sintonía “ideológica” con los objetivos de la política, la oportunidad de lucirse o “colgarse una medalla”, o la expectativa de tener acceso a los recursos (en gran medida, económicos) asociados a la misma.
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